Visitando la capital [buscando a Ninive]

Airudai no estaba de buen humor. No lo estaba porque había tenido que dejar su casa, su imprenta y sus libros. Porque había tenido que vestirse con una librea de cuero marrón como si fuera un vulgar criado, todo porque en ella estaba bordada la condecoración obtenida algunos años atrás durante la rebelión. Pero sobre todo porque odiaba que todos esos males que le acometían se debían a la naturaleza de su viaje, en sí tan desagradable como lo ya citado.

Airudai odiaba visitar a sus padres. Todo eso eclipsaba las demás virtudes de su viaje, como visitar la gran ciudad de Tara, capital del reino, grande, viva, llena de majestuosos parques, calles y edificios, todo un goce para la vista y el resto de los sentidos. O al menos, así le habían dicho que debía ser. Como ya he comentado antes, en lo único que podía pensar Airudai era en la aciaga visita que le esperaba.

Recorría una bonita calle, clara y alegre, con parsimonia, mirada fija en las indicaciones que le ubicaban en el plano, cuando no el suelo. Caminaba cabizbajo, lamentándose en silencio, pensando una y otra vez que había hecho para merecer eso. El mal no lo era tanto bajo la vista de cualquier otra persona, pero en ese asunto Airudai tendía a exagerar y que nadie entendiera por qué le traía sin cuidado.

Giró a la izquierda un par de veces, luego a la derecha, luego desanduvo el camino unos cuantos giros cuando se dio cuenta que ese no era el camino. Siguió girando, mirando el mapa, comprobando que seguía el camino correcto, maldiciendo las ridículas indicaciones que su padre le había dejado como dirección de la casa. Llegó a una plaza y sonrió con alivio. Ya faltaba poco. Sólo tenía que coger la bocacalle que se abría en la dirección que vuelan las golondrinas y caminar hasta que encontrara la sonrisa de la luna.

-Diantres -maldijo por lo bajo.

Hoy era el día libre para Ninive, sin embargo, se hallaba en su despacho, firmando algunos documentos. Iba rasgando el papel blanco, con la tinta oscura de su estilografica.

-Cuantas absurdas leyes-chasqueo esta mientras estampaba su enérgica y cortante firma- esta burocracia hace tan lento el trabajo-deposito la pluma sobre el escritorio de caoba, y acomodo su espalda sobre el respaldo de su asiento-esto me asquea....

Se levanto, marcando los pasos con sus botas, que rechinaban en el suelo de mármol.

-iré a despejarme..pero antes...¡¡Felicia!!-chillo imperativa, poco después apareció una mujer menuda y modesta, de cabellos azabaches y gesto servicial.

-¿que desea la señora?-agacho la cabeza, para no mirarle a los ojos.

Esta sonrió de satisfacción, se acerco a la mujer y se cruzo de brazos.

-Búscame un vestido de paseo, acorde con el tiempo que este haciendo ahora mismo-se mordió el labio, no habia salido en todo el dia-confio en tu buen criterio.

La mujer asintió y se marcho rauda a la habitación de Ninive. Esta se dirigió al escritorio y ordeno un poco la superficie, como buen militar, le gustaba el orden y el decoro.

Poco rato después ya se hallaba en su cuarto, una amplia habitación revestida de mármol, muebles sobrios y una amplia cama con cortinaje. No estaba muy recargada pero tampoco era pobre. Miro a Felicia y luego el modelo. para esta ocasión la mujer había elegido un vestido de seda blanca con corte imperial y manga corta. Era sencillo pero hermoso, uno de los favoritos de la general.

-Oh Felicia..ya me había olvidado de este-suspiro la hechicera, mientras clavaba sus ojos helados sobre la tela-muy bien-comenzó a quitarse el uniforme, hasta quedar completamente desnuda, en su espalda podía observarse la magnifica cobra que llevaba tatuada-vamos Felicia, dame la ropa interior-la criada, presta, saco de la cómoda un juego de lencería del mismo color que el vestido, para que no desentonara ni se transparentara con el vestido-perfecto- en un abrir y cerrar de ojos Ninive ya estaba lista para salir a la calle.
Para ultimar el conjunto, había rematado su peinado con dos pequeñas trenzas que actuaban como diadema, dándole un aire fresco y joven.

El dia era magnifico ¿como había osado pasarlo encerrada en su despacho? Sonrió para ella misma, gajes del oficio. Se prometió no desperdiciar nunca más su día libre.

Los viandantes la observaban, con mezcla de temor y admiración, ese día, Ninive lucia espectacular, pero su penetrante y fria mirada echaba para atrás a todo el mundo.

Sin comerlo ni beberlo la mujer había acabado en la plaza central de la ciudad. Era extraño porque siempre solía estar arrebatado de gente no obstante hoy había unas pocas personas.

Arqueo la ceja curiosa, ya que entre ellas alcanzo a ver una cabellera rubia que se le hacia conocida, en su cabeza retumbaron cañones y el sonido del acero, así que ni corta ni perezosa se dirigió hacia él.

-Caballero...usted me resulta familiar....-esta sonrió de forma enigmática, tendiendo una mano-Soy Ninive..¿le resulta familiar el nombre?

–Caballero... Usted me resulta familiar...

Airudai aún meditaba sobre el enigma que tenía cuando apareció aquella voz y aquella persona ante él, imponente, hermosa, temible, adorable…

–Soy Ninive –se presentó–, ¿le resulta familiar el nombre?

Airudai puso cara de circunstancias, poniendo cara seria, incluso se irguió un poco e inclinó la cabeza alzando la mirada un poco, adoptando un gesto pensativo.

–Ninive… Ninive… –musitó.

Ninive, Ninive, seguía pensando cuando una rima burda y poco creativa vino a su cabeza:

“Ninive, princesa de hielo,
como vagueando te pille,
un ogro no da más miedo.”

Y entonces recordó:

–¡Capitana! Es un placer volver a verla.

Era ella. Igual de alta y adusta que siempre. También igual de guapa, porque ante semejante poder, a ver quién era el que decía lo contrario. Él nunca corrió el riesgo, si le preguntaban, fuera quien fuera, incluso desconocidos que simplemente la señalaban y preguntaban quién era, él afirmaba que era guapa. De todos modos, no era mentira, así que jamás se sintió mal por afirmarlo.

-¿Me recuerda? Soy Airudai, la cabeza pensante en su escuadrón.

Los recuerdos volvían poco a poco, las batallas, los largos sermones que tenían que aguantar, las noches en que incautaban alcohol a los soldados… ah… no eran malos tiempos. Por eso, se permitió esbozar una sonrisa sardónica, en lugar de mantener aquel gesto serio que tan poco le favorecía.

Quizás a la capitana no le gustara. Pero ya no era su capitana. Sólo era Ninive. Aunque quizás… esa condecoración no hiciera pensar lo mismo a la mujer que tenía frente a él.

–¿Cómo van las cosas por la ciudad? He oído decir que las reinas son hermosas pero justas, jóvenes pero benignas… ¿no es eso lo que dicen de ellas? –comentó con una mezcla de sarcasmo y alegría inusitada.

Aaah, no es que un conocido en la ciudad le fuera a servir de mucho con las instrucciones que tenía, pero desde luego, cualquier retraso para llegar a casa de sus padres era más que bienvenido.

Esta sonrio satisfecha al ser reconocida, alzando su barbilla orgullosa y felina.

-En efecto..pero oh.. llámame Ninive...a no ser que pertenezcas al ejercito..en ese caso, me debes pleitesia-solto una leve carcajada-bueno... dejémonos de bromas-Dirigió sus frios ojos de serpiente al rubio, analizando su tez, su cabello rubio..sin duda era el sagaz Airudai, el que tantas veces habia sacado de un apuro a su batallón.

-Por supuesto que te reconozco, valiente Airudai...te debo mucho, me sacaste de tantos apuros-de su pequeño bolso saco un abanico de color identico a su vestido, lo sacudio con gracia, haciendo que sus cabellos se movieran por la fuerza del aire-y dime rubio ¿que haces por la capital? tengo entendido que vives en otro lugar..euh..¿cual era? ¿y...¿a que te dedicas?

Con una sola mirada repaso la plaza y advirtio un banco relativamente cerca. Le dedico una mirada al rubio, indicandole que le siguiera y se sento en el banco, con pose serena pero regia.

-Um...las reinas-repitio para si misma-Las reinas van poco a poco con su reinado, he de admitir que aun son muy jovenes, pero lo haran bien-sonrio levemente, Ninive las respetaba por encima de todo-de todos modos, no se dejan ver mucho.

Airudai siguió con la mirada a Ninive, para luego seguirla con cierta parsimonia. Seguía siendo tal y como la recordaba. Un recuerdo algo sesgado, porque la mayor parte de esos recuerdos eran las múltiples exigencias de sus superiores para que tuviera alguna idea que acabara con un montón de neveeos mientras los mantuviera a ellos con vida.

Y eso no siempre era fácil. El caso es que Ninive era la más exigente de todos y con diferencia, la que peor carácter tenía. Sus órdenes eran la ley, y en ese sentido, no parecía haber cambiado.

Se sentó a su lado, guardando la distancia y aprovechándola para repantigarse.

–Las reinas van poco a poco con su reinado, he de admitir que aun son muy jóvenes, pero lo harán bien –sonrió levemente, Ninive las respetaba por encima de todo– de todos modos, no se dejan ver mucho.
–Sí, sí, he oído que son un dechado de discreción y respetabilidad.

No es que Airudai no respetara a sus monarcas. Había oído las historias y aunque no daba credibilidad a la mitad de ellas estaba claro que eran especiales. Eran casi unas niñas, según tenía entendido, y aunque dudaba que fuera para tanto, de lo que sí estaba seguro es de que no eran reinas por su cara bonita. Eran poderosas y era lo único que sabía que no era un rumor.

Aún así, seguían siendo personas, y aunque sin duda el país ahora estaba mejor que nunca, en gran parte gracias a ella, Airudai no podía evitar observarlas con una mueca de desencanto y ligero desinterés. Y cuanto más lejos de ellas pudiera ejercer esta forma de respeto, mejor.

Esa era una de las tantas razones que podría citar para haberse mudado a Aval. Aunque claro, era también de las pocas que jamás admitiría en voz alta, y menos ante una oficial del ejército de Myrdhin.

–Tengo una pequeña casa en Aval. Allí me dedico a reparar libros viejos, antiguos o usados. Los dejo preciosos y en perfecto estado, si conoces a alguien… Por otro lado, mi visita a la capital es estrictamente ceremonial y espero que no se alargue demasiado. Quiero decir, es una ciudad muy bonita, pero no creo que tenga tiempo para verla. Además, seguro que me acabaría perdiendo, es mucho más grande que Aval –miró de reojo a Ninive, intentando observar la reacción a sus palabras–. Apuesto que tú sigues siendo la incansable capitana que hace que todos sus cadetes se echen a temblar en cuanto aparece –bromeó, esperando que Ninive no le intentara cortar la cabeza por semejante atrevimiento.

Definitivamente ese encuentro era mucho más agradable que seguir buscando el camino a casa de sus padres.

Ninive escucho atentamente a Arudai mientras se agitaba con cierto nerviosismo el abanico. Tal vez estaba haciendo demasiado calor para ella.

Soltó un leve gruñido, pudo notar cierta ironía en las palabras del rubio hacia las reinas, pero no dijo nada al respecto. Ahora mismo no estaba en el derecho a nada y tampoco le apetecía lastimar a su antiguo compañero. Tampoco le desagradaba. Los comentarios sagaces de él siempre le habían agradado, algo que tenían más o menos en común, más que esta era cien veces más pérfida y cruel.

-Hum...pues hace dos días conocí a una nagoon llamada Hubris que casualmente pertenece a la biblioteca de Aval...puede interesarle tu trabajo-miro al rubio divertida-¿no la conoces? Seguro que si, ya que de libros va la cosa-suspiro levemente-aunque yo tengo algunos que necesitan algún arreglo.

Arqueo las cejas un poco molesta, cerro el abanico, produciendo un golpe seco.

-por desgracia, yo no soy capitana, si no general-contesto un poco alterada-de eso se encarga Gavriela, la favorita de las reinas-guardo este en el pequeño bolso que portaba-pero bueno, sigo como siempre querido, has imaginado bien. Los nuevos que se integran al ejercito están llenos de energía y no saben lo que hacen. Pero pronto se dan cuenta de quien soy yo-esta cerro los ojos, un poco más calmada al rememorar todos sus ejercicios en el patio con sus soldados.

Si que los hacia trabajar..y sin piedad, sobre todo, a las mujeres, que siempre debían hacerlo dos veces mejor que los varones.

-hum ¿deseas que te acompañe?, no me gustaría ver viejos compañeros de batalla pasandolo mal por este sin fin de calles.

Más, sin esperar respuesta Ninive se incorporo con gracia y elegancia. Y es que la militar nunca aceptaba ninguna negativa.

–Vagamente, desde luego sé quién es, ¿qué residente en Aval que se digne no ha visitado nunca su bibliteca? Sin duda más que los visitantes que vienen de fuera, pero aún así, conozco a Hubris. Lo que no te puedo asegurar es que ella me conozca a mí. Pero no sabía que ahora estuviera por aquí…

Una mujer extraña, esa tal Hubris. No podía ser más diferente a él.

–Por otro lado, estaré encantado de ver tus libros, aunque aquí no puedo hacer gran cosa, todo el material lo tengo en Aval, pero si alguna vez vienes de viaje…

Ah, Gravriela, tan impoluta como las reinas, pero mucho más benévola. O al menos esa era la fama que tenía, a pesar de ser la general del ejército.

Airuidai siempre había podido llevarse bien con Ninive porque él nunca fue sometido a los duros entrenamientos de esta. En tiempos de rebelión llegó a exigirle estar despierto a las horas más extrañas, pero aquello era fácil en comparación a lo que pasaban el resto de sus compañeros.

En parte por eso, en parte también porque se sentía agradecido a la mujer por permitirle disfrutar del espectáculo que suponían los entrenamientos, le gustaba su compañía.

Sonrió con evidente agrado cuando Ninive se levantó y empezó a caminar. Seguro que ella conocía todas esas calles como la palma de su mano. A fin de cuentas siempre la había tenido por una mujer metódica e inteligente, no en el mismo sentido que lo era él, pero desde luego no era estúpida.

Si Airudai hubiera sido otro tipo de persona, del tipo que se compadece por los demás cuando se ríen de ellos o que se preocupa por los sentimientos ajenos, habría sentido una punzada de culpabilidad al recordar todas las burlas que sus compañeros de batallón inventaban en las duras noches durante la rebelión.

–Me encantará gozar de su compañía –dijo, tal vez demasiado reverencialmente–. Mira, tengo que ir a esta dirección –indicó, tendiéndole el papel donde llevaba escritas las instrucciones de su padre.

Con una sonrisa de oreja a oreja esperó a que Ninive las leyera.

–A mi padre le encantaban los cuentos, me contaba muchos cuando era pequeño, así que ahora ha decidido que tiene que continuar con la tradición y me manda cosas así. No te preocupes demasiado si no lo entiendes, es un hombre raro. No se parece en nada a mí.

Sopeso la idea del viaje, no era molestia para ella ya que tenia una posición económica cómoda y así de paso visitaba la magnifica biblioteca que había allí.

No podía ser de otro modo, hubiera sido descabellado que Airudai, tal como es no se enterase de la existencia de la bibliotecaria.

-Tan listillo como siempre-comento esta divertida-nunca se te escapa una Airudai.

Ninive alzo la vista y le quito el papel de las manos, leyó la dirección y miro por donde tenia que ir.

-No seas tan zalamero-le replico-que te conozco bien, aunque llevemos tiempo sin vernos...en fin- Esta ni corta ni perezosa se agarro del brazo del rubio, como la dama que era-vamos allá.

Ninive tiro de él, dirigiendo el paso. El lugar a donde queria ir no estaba muy lejos.

-bien bien...pero suena como si yo también entrara a la casa de tus padres-comento esta con cierto aire de despreocupación. En realidad, no tenia nada mejor que hacer y las historias siempre le agradaban, aunque por su posición no quería admitirlo-estoy acostumbrada a que me cuenten tonterías y fantasías- volvió a la carga, con cierta sequedad- más parece que no te gusta la idea de ir a ver a tus padres querido Airudai-se rió maliciosa.

La verdad es que si se hubiera tratado de otra persona la habría mandado de paseo, pero Ninive según el humor que llevaba podía tolerar cosas a ciertas personas. Y hoy era un día de suerte para el rubio.

Eso si, ella siempre llevaba la voz cantante.