Una simple platica (Amaité)

Mientras el rey entrenaba con sus colegas los guerreros de Xaman Ha. Había sentido unos mareos y un dolor muy fuerte de cabeza, a lo que en su distraigo uno de los presentes en plena practica lo había dañado en un brazo con una de las armas punzantes que suelen llevar los guerreros.

Huban no estaba nada grave y pudo regresar al palacio para descansar un poco, seguramente el sol fuerte de aquella mañana lo había puesto así, se sentó en su trono y mando llamar a la chamán principal del reino y su amiga, Amaité. En lo que la esparaba, colocaba una de sus manos -especificamente la derecha- en su rostro tallandose las sienes debido al ligero dolor de cabeza.

Acudió a la llamada del rey tan rápido como pudo. Amaité era una de las pocas personas (por no decir casi la única) que podía hacer esperar al rey sin esperar una represalia por ello debido a su condición de amigos, pero no le gustaba hacerlo. Además, aunque sabía que no era nada grave, y que Huban era un hombre increíblemente fuerte, no podía evitar preocuparse, era parte de su naturaleza... Quitando el hecho de que Huban era una persona especial para ella.
"Sí, como para toda Graent. Es el rey, y ya está." Se dijo a sí misma, como para intentar autoconvencerse de que no era nada especial, que se preocupaba por él como cualquier otro súbdito.

Entró tan rápido como pudo en la sala del trono, y se arrodilló ante él, tal y como era el protocolo, esperando a que le diese el permiso para levantarse y verle a la cara. A los ojos.

-He venido en cuanto he podido, mi rey.

La miró de reojo y quito su mano de su rostro para verla mejor, movió la muñeca un poco hacia arriba, indicandole que podía levantarse, a sí mismo para agregar a la orden con su voz le dió el permiso con el conocido "Levantaté."

La chamán se había levantado del sitio y el rey la saludo desde donde estaba.- Bienvenida, Amaité.- Dijó con una voz suave pero con un poco de molestía debido al dolor de cabeza.- Espero no te haya interrumpido de tus labores.- Suspiró.

-En absoluto -dijo con una sonrisa amable y modesta, mientras abría la bolsa de cuero con las medicinas básicas para atenderle. Por los gestos que hacía, Amaité ya sabía que tenía un dolor de cabeza. Pero primero trataría la herida del brazo. Primero la lavó con agua y tiras de piel suave, con el máximo cuidado, y después se dispuso a aplicar un ungüento ya preparado que llevaba dentro de una fruta vaciada.

-¿Hoy ha estado entrenando, mi rey? -preguntó con la misma sonrisa, mientras aplicaba la pomada con los dedos. Normalmente le explicaría que era para reducir la inflamación y el escozor, pero eso con el rey no era necesario, pues Amaité había tratado sus heridas desde muy joven.

Justo como pensaba, Amaité ya sabía bien que hacer sin tener que decirle nada, ella ya sabía la rutina cada que pasaban este tipo de cosas, lo agradecía, no le gustaba explicar las cosas más de dos veces.

Aunque la chamán era amable y limpiaba su herida de una forma suave y gentil, esté llegaba a hacer una leve expresión de incomodidad por que la herida era bien pronunciada, pero gracias al ungüento que le aplicó, se sintío más relajado, miró a Amaité trabajar y sonrío levemente.- Así es, no me gusta dejar de entrenar, detesto el ocio, así que el hacer esté tipo de cosas me hacen sentir vivo.- Suspiró, bajando la mirada debido al dolor de cabeza, no era grave ni nada pero lo atontaba un poco y eso le molestaba.

Le vendó la herida con otras tiras de piel suave, de conejo, empapadas en ungüento por dentro, bien apretadas, pues sabía que Huban no se quejaría. Sonrió para sí. Huban era alguien digno de... admirar. Mientras hacía eso, pedía a una de las sirvientas que calentase agua.

-Sé que no le gusta mucho tener que vaguear -dijo mientras sacaba unas hierbas secas de una bolsita de cuero-. Pero le recomendaría para ese dolor de cabeza que echase una pequeña siesta, en algún lugar fresco.

La habilidad de Amaité era sublime, todos esos años de aprendizaje hasta el día de hoy le sirvierón de mucho, realmente el rey no negaba ni dudaba ni un instante la habilidad de su amiga.

La sirvienta encargada del agua, llegó con esta ya lista para usarse, esperando las indicaciones de la chamán.

El comentario de la siesta no le pareció del todo, no le gustaba haraganear en el día, prefería dejar el descanso para la noche, pero si ella decía que era lo ideal para el dolor de cabeza, lo mejor sería hacerle caso.

-Es absolutamente necesario... ¿Qué tome esa siesta?- Dijó mirandola a los ojos con una mirada un tanto dudosa.

-Bueno... -las fuerzas le flaqueaban cuando Huban le miraba de ese modo, como un niño que no ha roto una cuchilla de sílex en su vida- No es absolutamente necesario, pero podría ayudar.

Amaité tomó el cuenco con el agua hirviendo, y se encargó ella misma de su uso. Por lo general no dejaba que nadie tocase sus remedios, y siendo Huban el paciente, menos todavía. Una vez

-Con esto le haré una infusión que le ayudará a calmar el dolor, aunque puede que le dé algo de somnolencia.

La respuesta de la joven le agradaba un poco más, con el remedio que ella le daría seguro se sentiría mejor y no tendría que dormir hasta ya siendo la noche.

Pero ante su relativo triunfo, la de cabellos verdes le había comentado que aunque su remedio le haría sentir mejor, podría dejarlo somnoliento y eso indicaría que no aguantaría mucho tiempo en pie, la miró de forma juguetona y sonrío levemente.- ¿Somnolencia? Es como si desearas verme dormir de una u otra forma.- Dijó en broma, pero sabía que si teníaque dormir para sentirse mejor tendría que hacerlo, así más tarde estaría en condiciones para seguir con sus deberes.- Haz lo que tengas que hacer para quitarme está molestía, Amaité.- Dijó con algo de resignación pero sonriendo juguetonamente a la par.

Si la piel de Amaité no fuese tan oscura, se le notaría mucho más el sonrojo. Las miradas de Huban la mataban por dentro. Mil veces se había dicho que debía olvidarse de él, que no debía amarlo, y mil veces había vuelto a flaquear su determinación por sus miradas y sus sonrisas.
Huban era el rey. Gustaba de las mujeres y tenía varias esposas. Había utilizado aquellas miradas y sonrisas con todas ellas, sin duda alguna...

Y sin embargo no podía evitar tener la esperanza, no podía evitar sentirse especial cuando la trataba así a ella.

-Tranquilo, mi rey -dijo recomponiéndose, con una pequeña risilla graciosa-. Si quisiera verle dormir ya lo habría hecho, tengo conocimientos que no sois capaz ni de imaginaros.

Agradecía los cuidados que ella le brindaba y la respetaba mucho como persona y como amiga, así que se daba el lujo a veces de bromear con ella o ser menos formal que con otras de sus esposas, por que pesé a que ellas tuvieran un rango social mayor que el de ellas, las demás eran sirvientas con mayores privilegios y Amaité, era Amaité.

- Entonces tendré que tener cuidado, no quisiera que un día de estos me pusieras a dormir solo por que sí o que hicieras que tuviera un fuerte dolor estomacal, por ello trataré de no ser tu enemigo.- Río, realmente bromeaba a veces con gente de su confianza y ella era una de esas personas, termino su hablar con una sonrisa muy agradable y espero a que ella le diesé el remedio para sentirse mejor.

-Me alegra oírlo. Me gusta tener el privilegio de disfrutar de su confianza, rey Huban, y así como puedo ser una terrible enemiga, también puedo ser una útil aliada -contestó con una alegre sonrisa. Al demonio la razón. Le gustaba sentirse especial.

Una vez las hierbas medicinales soltaron todo su aroma y sus propiedades en el agua, le dio el cuenco al rey, con sumo cuidado para no derramar el contenido.
-Tenga cuidado, está muy caliente. Lo mejor es que se lo tome a pequeños sorbos en lugar de a largos tragos.

-Jo, me estas asustanto, así que procuraré manerte a mi lado para que seas una aliada y no mi enemiga, no quisiera que cuando duerma me des veneno.- Bromeó de nueva cuenta pero igual era verdad lo de mantenerla a su lado, le tenía mucho aprecio y no la dejaría asi como así.

Ella le había entregado el cuenco con la dichosa medicina, así que siguió su consejo, sopló un poco la bebida y a tomarla de poco a poco, era amarga pero ya estaba acostumbrado al sabor, a veces tomaba esé tipo de brebajes en invierno para evitar el resfriado, hizo una pausa a su bebida y la miró.- Toma asiento, no quisiera verte de pie todo el rato.- Mandó a que trajeran una silla para ella y la colocarón a lado de su trono para que estuviera cerca de él, después de que lo trajeron, la invitó a sentarse.

-Gracias... -Aunque él siempre era así de amable con ella, nunca dejaría de gustarle.
Aprovechó la cercanía para volver a examinar el brazo herido. Ya había coagulado la sangre, así que se dispuso a cambiar las vendas por otras limpias con sumo cuidado.
No sabía qué decir, y estaban a punto de caer en un silencio incómodo, así que simplemente dijo lo primero que se le vino a la cabeza.

-Tranquilo mi rey, no creo que haya forma de que me convierta en su enemiga. Estaré aquí para servirle siempre que lo necesite y como sea que lo necesite, y si la amada Hasset me lo permite, lo mismo haré con sus hijos y sus nietos.

Gracias al brebaje que ya casí había terminado de tomar, ya empezaba a sentirse mejor, los cuidados de Amaité eran como los de una madre o en su defecto una esposa, le sonrío nuevamente.

- Ah... muchísimas gracias, Amaite, no esperaba tener a alguién como tú de mi lado.- Se atrevió a acariciarle su mano mientras le cambiaba las vendas.- Espero que así sea y estes siempre a mi lado, hasta el día que me muera, ¿Lo prometes? - Le sonrío dulcemente.

-¡C-claro! -dijo tan alegremente como pudo, a pesar de su nerviosismo-. Pero vos tendréis que prometerme que ese momento no llegará hasta que seáis el anciano más mayor que se haya conocido en todo el reino, majestad. No me importaría tener que hacerle curas como estas todos los días si pudiese tener una vida larga y plena a cambio.

Le puso nuevas vendas de piel de conejo, bien apretadas, y por encima otra de cuero suave, para asegurarse de que no se moviese. Su labor allí había terminado, pero quería quedarse un rato más... De todos modos, irse antes de que el rey se lo pidiera sería de muy mal gusto.

-Pues si me cuidas bien, te aseguró que viviré unos 100 años más, es una verdadera lástima que no hayas estado presente cuando mi hermano estaba con vida, seguramente lo habrías ayudado de mucho en esé entonces.- Dijó con algo de melancolía, pero después dejó de lado eso para sonreír gracias a las palabras de Amaité.- Eres bastante linda cuando te lo propones y dejas las formalidades.- Dijó mirandola con detenimiento, después se levantó de su trono.

- ¿Te apetecería almorzar conmigo?- Pregunto tendiendole la mano a ella.

-Por supuesto, majestad. ¿Quién soy yo para negarme?

A pesar de la respuesta, sonreía, pues la invitación le había alegrado el día. A veces las esposas del rey le echaban miradas recriminatorias, lo cual no tenía sentido porque Amaité nunca podría ser una amenaza para ellas, pero comiendo a solas no serían un problema.

Entonces el rey le sonrío y la invitó a seguirlo al gran comedor, en ese momento sus esposas no estaban, por que a pesar der estar con él, ellas tenían sus propios deberes y vida social que el rey les permitia tener.

Ambos se sentarón en las sillas del comedor y el rey ordenó a las sirvientas que le dieran la orden a los cocineros de preparar algo para ellos, una de ellas les dió agua para que tomarán de esta.

- Espero que tengas hambre, por que no había comido desde la mañana y muero de hambre.- Dijó tomando unos sorbos de agua.

-Espero que no os moderéis el apetito por mi presencia -dijo divertida con una sonrisa-. Yo también estoy hambrienta, pero he de decir que soy una persona que come en pequeñas cantidades. Creo que es debido a mi trabajo, pues nunca tengo tiempo de comer tranquila, siempre estoy a la espera de que alguien me venga a buscar.

-Claro que no, pienso que la comida sabe mucho mejor en compañia tan agradable.- Río un poco y la miró.- Sin duda tu trabajo te mantiene muy ocupada, ojalá después no te enfermes o te enfades de eso.- La miró y le sonrío.- Dime, haz tenido pensando alguna vez el tener un aprendiz? No me extrañaría que muchos desearan ser enseñados por ti.- Dijo con curiosidad.

-De hecho he recibido varias peticiones, y lo he sopesado varias veces. Lo que ocurre es que no soy muy buena explicando -dijo con una risilla nerviosa-. Además sé que soy bastante blanda, peco de ser demasiado buena. No sería una buena maestra con esos defectos. Y bueno... lo cierto es que tener aprendices pululando a mi alrededor mientras hago mi trabajo me pone nerviosa y me desconcentra. Temo equivocarme si eso pasara.

-Pero el ser así de amable no me sorprendería que muchos quisieran ser tus aprendices, tal vez con el tiempo aprendas a enseñar bien. Si mal no recuerdo Itzam me había comentado hace muchos años, que tu maestro era un chamán algo estricto y habil, tal vez pudieras implementar su tipo de enseñanza conbinado con tu amabilidad.- Sugirió intentando alentarla a aceptar después la miró, se le acercó y susurró.- Si no, tal vez podrías practicar tu faceta de maestra... Enseñandome a mí un par de cosas.- Dejó salir una leve risilla la cual suavemente choco en el oído de ella.

-¡N-No bromee con eso, majestad! -lo regañó Amaité, visiblemente turbada por la escena. ¿Acaso él sabía cómo ponerla nerviosa y disfrutaba con ello? No podría decir si era así o no, siempre sería el mismo rey enigmático al que nadie llega a conocer de verdad- Simplemente no puedo hacer eso, no está en mi personalidad. No puedo ser estricta, ni seca, ni dar órdenes. Simplemente no soy así.

-Era una simple sugerencia.- Le sonrío de forma juguetona y con algo de picardía.- Es una lástima, si no enseñas a alguien más los próximos chamanes no seran tan competentes como tú.- Dió un sorbo del cuenco con agua que estaba bebiendo.- ¿No haz pensado en viajar algún día a otro de los reinos? Podría serte de mucha ayuda, así tal vez conseguirias más ingredientes exoticos para tus medicamentos.- Dijó vagamente.