Una Promesa Rota. [The-Arlequin]

Seguí andando esperando que él me siguiera. Lo conduje por las callejuelas de mi ciudad, e intenté ir por aquellas con menos gente. Él seguía siendo un ladrón, y yo una caballera reconocida del reino, por lo que no quería exponerme demasiado.
En mi cabeza había un montón de preguntas que hacerle, pero en cambio no hice ninguna, pues ser indiscreta no era mi naturaleza. Caminamos en silencio gran parte del trayecto hasta que llegamos a mi casa.

No era una casa demasiado grande, pero tampoco era pequeña, y estaba situada en un buen sitio de la ciudad. Unos muros bajos la rodeaban, y una pequeña verja se abría a un jardín interior, con un caminito de piedras que conducían hacia la casa, y un pequeño establo a un lado, donde se encontraba mi caballo blanco.
La casa era de un solo piso y de estilo oriental, con el suelo elevado y de tatami. El interior era muy sencillo, tenía sólo los muebles necesarios, y no estaba demasiado decorado con cuadros u objetos innecesarios.
Le abrí la puerta olvidándome de todo tipo de prudencia, recriminándome por dentro el estar abriendo las puertas de mi casa a un ladrón, pero acallando esa voz al mismo tiempo.

–Por favor, pasa.

Me interné en la casa y me quité las botas antes de entrar. Saqué unas zapatillas para mí y otras para él, y luego lo conduje al salón, donde había una mesilla baja con cojines para sentarse, y los señalé con la mano, invitándolo a sentarse.
– Gracias, aunque tampoco es tan lujosa. Estoy poco tiempo en casa, por lo que solo tiene lo mínimo. Trabajar para el país está bien remunerado.

Abrí las puertas correderas de la habitación, que daban al jardín, con el fin de que entrara más luz. Aún hacía frío, pero ahora el sol ya había salido, y empezaba a calentar. Di una bienvenida al aire glacial y volví a girarme para verlo.
–Quieres tomar algo?

Asentí con la cabeza y me dirigí a la cocina, de donde saqué una jarra con agua y un par de vasos, y luego volví y los dejé encima de la mesa. Me senté delante de Hoffen y serví el agua con cuidado, procurando no derramar ni una gota.
En silencio bebí un sorbo, pensando que decir o hacer. Me sentía muy culpable por haberlo olvidado, mientras que él me buscaba desde el mismo momento en que se me llevaron.
–Siento...–dije, al fin–Siento haber desaparecido de ese modo... sin avisar, ni nada... después de eso... no pude volver...
Mientras hablaba miraba la mesa, y con el dedo daba vueltas al borde del vaso de cristal, con una intensidad constante que provocó que al poco rato sonara un sonido dulce y profundo. En ese momento dejé de mover el dedo.

Le sonreí levemente, y procuré relajarme. No quería incomodarlo con las desgracias de mi vida, e intenté distender un poco el ambiente. En el fondo me alegraba de verle, saber algo de él era reconfortante.
–Sí, es cierto... aunque por lo visto tu también has conseguido algo... pero no es precisamente lo que hubiera preferido... ¿que es todo eso del Rey de los Ladrones?? ¿Hablabas en serio?
Me imaginé por un momento que nunca había tenido que abandonar el hostal. Pensé que si Hoffen había terminado siendo un delincuente tenía mucho que ver con eso. Me imaginé que lo podríamos haber contratado en el hostal, y se habría podido ganar su sueldo, con lo que no habría tenido necesidad de robar a nadie y habría conseguido una vida respetable.
Suspiré borrando aquellas imágenes de mi cabeza. Aquello a esas alturas ya era imposible...

Volví a sonreír, esta vez más sinceramente, pues la historia era de lo más extraña... era el tipo de historia que había echado de menos, las que él le contaba para entretenerla de niños.

-Es interesante, aunque habría sido del todo improbable. Además tu no sabías nada de mí, ni a que me dedico, y en la cárcel no suelo pasarme mucho. Ha sido verdadera casualidad que te persiguiera esta mañana...

Lo miré mientras reía, y mostraba signos claros de que se alegraba de verme. Sentí un sentimiento cálido en mi interior, pues hacía tiempo que nadie se preocupaba por mi de ese modo.

–Yo tampoco puedo creerlo... nunca creí que te acordarías tanto de mi como para salir en mi busca... Gracias.

Noté que mis mejillas ardieron por su comentario... Hacía ya tiempo que me había olvidado de lo que era tener una familia, y ni siquiera había pensado en la remota posibilidad de recuperarla...
Sin embargo ahí estaba, sonriendo delante de mi como si no hubieran pasado los años, y ahora ya no quería volver a perderlo, y a olvidarlo.
Aunque él tenía razón, y nuestra situación era complicada. No podíamos ser amigos como antes, yo siendo caballera, y él ladrón, pues mi misión era atraparlo, y la suya huir. Di un suspiro largo, intentando pensar en algo.
– Estamos en un problema Hoffen... si vuelvo a encontrarte robando algo no voy a tener más remedio que arrestarte...

–Eso ya lo veríamos– lo miré, seria, ante su desafío–De todos modos no quisiera que se diera el caso, así que... te diría que no robaras, pero a estas alturas ya es imposible, supongo.–Cerré los ojos, con pesadez, para luego volver a abrirlos.
–En ese caso, si lo haces, que yo no me entere, porque me veré obligada a intentar atraparte, y eso no me gustaría.
Estaba diciendo eso en contra de todos mis principios y juramentos. Proteger a los ciudadanos de Avisnia era mi deber, y casi le estaba pidiendo a Hoffen que les robara.
Y no solo eso, sino que si era conocido que me veía con él, aún sabiendo de sus actividades, eso podría comportar el despido de la caballería, y todo por lo que había estado viviendo hasta entonces habría sido en vano.
Sabía de sobras a lo que me exponía, pero aún así no pude evitar seguir hablando.
– Y preferiría que te abstuvieras estando cerca de mi... en mi ciudad siquiera...

Solté una pequeña carcajada, sin poder creerme del todo lo que me decía. Apenas acabábamos de reencontrarnos y ya me pedía que me fuera con él. Me pareció una idea absurda aunque mi corazón dio un pequeño brinco, inesperadamente.
–Eso estaría bien, pero sabes que no puedo. Hice unos juramentos y debo cumplirlos. Además he dedicado mi vida al reino, y no puedo fallarle ahora.
Miré hacia fuera, por la ventana aún se podía ver el cielo, que volvía a estar nublado. Aún así, el cielo seguía siendo el mismo de siempre, soleado o no, por mucho que pasen los años, sigue ahí, sin muchos cambios. "Si quieres que las cosas sigan siendo como antes, solo mira al cielo" esas palabras vinieron a mi mente, aunque no supe de dónde. Sin embargo tenían razón, ya que en realidad nosotros cambiamos, pero el cielo no.

–No lo entiendes... este no es un trabajo en el que me pueda tomar "vacaciones" estoy a disposición de mi reina y de Avisnia, y de si se necesitan mis servicios o no. No puedo irme así como así.
Una nube tapó el sol definitivamente y el ambiente se oscureció. Olía a lluvia, sin duda, y me levanté a ajustar un poco las ventanas. Antes de que pudiera cerrarlas del todo empezaron a caer algunas gotas, y me quedé mirando como caían, perezosamente al principio, pero con más intensidad luego.
–No, no hay nadie con quien pase el tiempo libre. De hecho a penas tengo tiempo "libre"

Me giré al oír su despedida, alarmada.
–Pe-pero que estás diciendo? Me basto yo sola, como puedes ver, no necesito ningún hombre que me apoye.
Lo vi alejarse, pero no me pareció bien. En fin, después de doce años, un solo vaso de agua no me parecía suficiente, y además, cada vez llovía más fuerte. Se oía algún trueno de vez en cuando y la lluvia a penas dejaba ver la casa de enfrente.

–No puedo permitirte salir con la que está cayendo.
Era una falta de hospitalidad echar a alguien de la casa de uno con ese aguacero. Además buscaba cualquier excusa para retenerle un poco más, y la tormenta era la excusa perfecta.
–Si salieras ahora podrías enfermar, y luego me sentiría culpable de tu muerte. No, quédate al menos hasta que deje de llover.

Lo miré extrañada.
–¿En el basurero? No se yo si eso es demasiado sano...
Puse la mano encima de la puerta, que aún estaba entreabierta, para terminar de cerrarla del todo. Sin embargo su proposición me tomó por sorpresa. Pensé que bromeaba, y lo miré, pero lo decía en serio, y me hizo pensar en serio en la respuesta.
–Bromeas, ¿verdad?
De pequeños solíamos hacer eso, y mis padres siempre terminaban regañándome, pues volvía con las ropas sucias y empapadas.
Pero eso era algo que hacía de niña, y el tiempo había pasado desde entonces. De hecho, no lo había vuelto a hacer. No sin Hoffen, pues eso me recordaba a aquel tiempo que quería olvidar.

Volví a abrir las puertas. Aún llovía a mares y saqué una mano, mojándola con la lluvia, recordando. Sí, ¿porque no? volver a ser niños de nuevo, sin preocupaciones. Nos mojaríamos ambos, y nuestras ropas se quedarían empapadas, y luego me regañarían...
Cerré la puerta de golpe. Nadie me regañaría más. El tiempo había pasado, y ya no éramos niños.
–Olvídalo. Es una locura.
Me giré otra vez y me senté sin mirarle, llenando con agua mi vaso otra vez, y luego bebiendo de él.