De compras en Eudded (libre)
De compras en Eudded (libre)
Caminaba despacio, deteniéndose frente a casi todos los escaparates y puestos de mercadillo que encontraba. Cogía una pieza de orfebrería, o bien un pedazo de tela, o una prenda de vestir con un bonito estampado, lo hacía con suavidad y con tacto, e invariablemente devolvía las cosas a su expositor con indiferencia, para infortunio del tendero.
A veces estos no se lo tomaba demasiado bien. Le gritaban palabras malsonantes, en otro idioma incluso, si es que creían que así no los iba a entender, aunque la mayoría se limitaban a dejarle ir dedicando su atención a otro cliente o pidiéndole que le echara un vistazo a otra cosa, similar, pero diferente, esperando que esta sí le cayera en gracia.
Pero Airudai nunca cedió ante unos ni ante otros, él buscaba algo concreto y aquello para él sólo era puro teatro. La excusa para ser frívolo y sobreactuar un poco su papel de potencial cliente. Él sabía que no lo iba a ser, pero los demás no tenían por qué saberlo. Así era él, y con este tipo de comportamiento era como más disfrutaba. A veces fingiendo una sonrisa, a veces un gesto de desagrado, pero sin sentir más que una cruel indiferencia hacia todo lo que le rodeaba.
Al menos hasta que llegó a la tienda que le interesaba. Un edificio desvencijado cuya puerta más bien era un arco, y que conducía a un pequeño patio interior atestado de gente que salía y entraba sin parar. Airudai no les hizo caso y se detuvo ante un pequeño expositor que mostraba una cantidad casi infinita de hilos de todos los colores, grosores y hasta material.
Sonrió. Esta era una de las cosas que buscaba. Le alegraba haber llegado sin problemas.
Toqueteó muchos de esos hilos, escogiendo al final algunas madejas de hilos blancos y marrones, algo burdos, pero resistentes. Incluso escogió una madeja de brillante hilo rojo y otra de hilo verde, pensando en que tal vez podría encontrarle alguna utilidad.
Siguió paseándose entre los expositores, hasta que vio uno lleno de sedas de varios colores y estampados clásicos del pueblo de sus ancestros. No tendrían muchas virtudes, pero desde luego sabían cómo vestir.
Acarició una tela de un dorado brillante con bordados en rojo, verde y naranja, le recordaron a esa ave mitológica de la que tanto se vanagloriaban en Avisnia, y aunque ni quería molestarse en recordar su nombre, debía admitir que la tela era hermosa.
–Eh, señora, ¡me la llevo! –gritó a la anciana que atendía unos metros más allá.
Ésta le miró, dirigiéndole una sonrisa al tiempo que le indicaba que ahora iba. Airudai empezó a coger la tela, midiéndola, calculando mentalmente cuanto necesitaría para vestirse… decentemente.
Fue entonces cuando lo notó. Alguien que le observaba con atención. Buscó de reojo, pero no vio a nadie. Sonrió para sí mismo. Sin duda se trataba de alguna jovencita impresionada con su atractivo, algo que le pasaba muy a menudo, aunque posiblemente menos a menudo de lo que le gustaría admitir.
Con la tela y los hilos en mano, ya sólo le quedaba una cosa más que buscar. Pero no allí, aún tendría que caminar un poco más antes de llegar a su último destino.
A veces estos no se lo tomaba demasiado bien. Le gritaban palabras malsonantes, en otro idioma incluso, si es que creían que así no los iba a entender, aunque la mayoría se limitaban a dejarle ir dedicando su atención a otro cliente o pidiéndole que le echara un vistazo a otra cosa, similar, pero diferente, esperando que esta sí le cayera en gracia.
Pero Airudai nunca cedió ante unos ni ante otros, él buscaba algo concreto y aquello para él sólo era puro teatro. La excusa para ser frívolo y sobreactuar un poco su papel de potencial cliente. Él sabía que no lo iba a ser, pero los demás no tenían por qué saberlo. Así era él, y con este tipo de comportamiento era como más disfrutaba. A veces fingiendo una sonrisa, a veces un gesto de desagrado, pero sin sentir más que una cruel indiferencia hacia todo lo que le rodeaba.
Al menos hasta que llegó a la tienda que le interesaba. Un edificio desvencijado cuya puerta más bien era un arco, y que conducía a un pequeño patio interior atestado de gente que salía y entraba sin parar. Airudai no les hizo caso y se detuvo ante un pequeño expositor que mostraba una cantidad casi infinita de hilos de todos los colores, grosores y hasta material.
Sonrió. Esta era una de las cosas que buscaba. Le alegraba haber llegado sin problemas.
Toqueteó muchos de esos hilos, escogiendo al final algunas madejas de hilos blancos y marrones, algo burdos, pero resistentes. Incluso escogió una madeja de brillante hilo rojo y otra de hilo verde, pensando en que tal vez podría encontrarle alguna utilidad.
Siguió paseándose entre los expositores, hasta que vio uno lleno de sedas de varios colores y estampados clásicos del pueblo de sus ancestros. No tendrían muchas virtudes, pero desde luego sabían cómo vestir.
Acarició una tela de un dorado brillante con bordados en rojo, verde y naranja, le recordaron a esa ave mitológica de la que tanto se vanagloriaban en Avisnia, y aunque ni quería molestarse en recordar su nombre, debía admitir que la tela era hermosa.
–Eh, señora, ¡me la llevo! –gritó a la anciana que atendía unos metros más allá.
Ésta le miró, dirigiéndole una sonrisa al tiempo que le indicaba que ahora iba. Airudai empezó a coger la tela, midiéndola, calculando mentalmente cuanto necesitaría para vestirse… decentemente.
Fue entonces cuando lo notó. Alguien que le observaba con atención. Buscó de reojo, pero no vio a nadie. Sonrió para sí mismo. Sin duda se trataba de alguna jovencita impresionada con su atractivo, algo que le pasaba muy a menudo, aunque posiblemente menos a menudo de lo que le gustaría admitir.
Con la tela y los hilos en mano, ya sólo le quedaba una cosa más que buscar. Pero no allí, aún tendría que caminar un poco más antes de llegar a su último destino.
Rethis- Myrdhin
- Mensajes : 26
Fecha de inscripción : 20/02/2012
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